A veces un libro no llega, te cae encima. No lo buscas, no lo esperas: simplemente te encuentra en el momento exacto en que tus grietas están abiertas. Así me pasó con Ceniza en la boca, de Brenda Navarro. No hubo preámbulo ni presentación amable: fue un puñetazo en el corazón. Y desde las primeras líneas supe que estaba a punto de atravesar un territorio incómodo del que no saldría igual.
No lo vi yo, pero como si lo hubiera visto, porque lo tengo taladrándome la cabeza y no me deja dormir. Siempre la misma imagen: Diego cayendo y el ruido de su cuerpo al impactar contra el suelo.
Ceniza en la boca es una novela desgarradora, que habla sin aspavientos del desarraigo, la soledad y el silencio impuesto a quienes se van por necesidad. La voz de Navarro no ofrece compasión fácil; te sumerge en la imposibilidad de narrar el dolor migrante. Como bien apunta una crítica, “sutil es la manera en que propone la imposibilidad de comunicar la experiencia migrante”.
La estructura es directa, pero cada palabra pesa como una losa: suicidio, silencio, rencor y memoria. La protagonista vive todo con una intensidad paralizante —“terminas el libro con la boca llena de ceniza”, escribe otra reseña— y es imposible no sentir que algo en ti también se desmorona. En cada página late una pregunta que no te suelta: ¿cuánto vale la vida cuando la identidad se deshace? Navarro construye, sin caer en el melodrama, una atmósfera en la que el lector sabe que no habrá final redentor: solo una resistencia lenta frente a la pérdida, la desigualdad y el racismo cotidiano.
Además, la novela huye del consumo literario repetido. No es un manifiesto sobre migración, ni un panfleto; es una experiencia que exige ser vivida en silencio y desde la culpa, la memoria y las cenizas.
Yo entendía a Diego. Desde que llegamos a España estábamos como amputados, pero sin diagnóstico. Como que nos faltaba algo, pero todos lo negaban. ¿Faltarnos algo? ¡Al contrario! ¡Si lo habíamos conseguido todo: casa, papeles, mamá! ¿Qué nos podían amputar? Pues México, pensaba yo. Nos amputan México.
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