Te di ojos y miraste las tinieblas

    Recuerdo perfectamente cómo este libro llegó a mí. Estaba con Julia, mi mejor amiga, esperando en una parada de autobús. Ella abrió el bloc de notas de mi móvil y escribió Te di ojos y miraste las tinieblas. Seguidamente añadió: “No te voy a decir nada, no hace falta, en cuanto la leas vas a querer que la comentemos”. Y vaya si acertó. Porque después de leer esta novela lo único que me nace es querer hablar de ella, compartirla y dejarme arrastrar por la intensidad de su hechizo.

Fotografía realizada por Ignasi Roviró

DATOS DEL LIBRO
Autora: Irene Solà
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2023
Páginas: 168

 ¡Cuidado, la reseña contiene spoilers!

 Te di ojos y miraste las tinieblas nos sumerge en la vida de varias generaciones de mujeres de una misma familia marcada por la pérdida, la violencia y el peso de la herencia. A través de un mosaico de voces —algunas vivas, otras muertas— la novela va revelando secretos familiares, heridas transmitidas y vínculos que persisten más allá del tiempo. Entre casas que guardan silencios, hombres que traen desgracias y mujeres que resisten aferradas a la tierra, Irene Solà construye una historia hipnótica donde lo íntimo se mezcla con lo mítico y lo cotidiano se vuelve casi sobrenatural.

Margarida le decía, "No huyas, note vayas". Pero él se reía. Como si hiciera una broma para sus adentros y solo él se la riera. "Las mujeres os aferráis a los sitios", respondía, "os atáis como perras. Al pasado, a las casas, a los hijos, a las cosas". Y se iba feliz dándole la espalda. Contento de irse. Se alejaba de casa con Bou, y después, con más hombres. Y Margarida se quedaba sola con todas las cargas. Con los hijos por criar y los campos por sembrar.

  Irene Solà no narra de manera lineal. Lo suyo es levantar un coro de voces, un entramado de memorias y silencios que parecen brotar de la tierra misma. Mujeres que cargan con la herencia de sus familias, con dolores y violencias transmitidas como si fueran parte del ADN.

    La experiencia de lectura se parece a entrar en un espacio oscuro: al principio confunde, pero poco a poco se iluminan figuras, escenas y presencias. Lo que aparece puede ser hermoso o desgarrador, pero siempre deja huella.

    A mí me fascinan sobre todo esas imágenes de mujeres atrapadas en el hogar —incluso después de muertas—, como si ni siquiera el vacío bastara para liberarlas. También la forma en que la violencia llega siempre de fuera, traída por los hombres, marcando las casas con heridas que parecen inevitables. Y cómo la desgracia se transmite de generación en generación, de muchas y diversas formas.

   Estos tres momentos aún me acompañan:

  1. El secreto familiar que rompe la calma, obligando a reinterpretar todo lo vivido hasta entonces.

  2. Las conversaciones con las ausencias, con esas sombras que nunca desaparecen del todo y siguen formando parte de la vida.

  3. El cierre abierto, que no ofrece consuelo sino la certeza de que las tinieblas continúan, como la memoria misma.

    Julia tenía razón: después de leerlo, lo único que quería era comentarlo con ella. Porque hay libros que no se leen en soledad; se leen con alguien al lado, aunque sea en silencio, aunque solo se anoten en un móvil palabras que luego se cumplen.

Y lo que ha sido castigado no muere jamás

    ¿Qué podría yo decir de semejante maravilla? Que me enseñó a mirar lo oscuro con otros ojos, y que en esas tinieblas descubrí belleza, memoria y resistencia. Irene Solà escribe como quien invoca, y lo que invoca se queda. Te di ojos y miraste las tinieblas es una novela que no se explica: se comparte, se recuerda, se habita.

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